jueves, 4 de noviembre de 2021

Cosas que aprendí contigo (I)

 La vida no es como la vivimos, sino cómo la recordamos para contarla. Gabriel García Márquez

 

 

Aún no hay luz. Todo está en silencio. ¡Mierda! ¿Por qué será tan preciso mi reloj interno? Mi cabeza funciona a mil revoluciones antes incluso de que suene a la alarma del despertador. Espero. Espero. Espero lo que me parece una hora completa hasta que cojo el teléfono de la mesilla de noche, miro la hora y descubro para mi sorpresa que efectivamente aún no son las siete de la mañana. Es domingo, hoy no sonará la alarma. Cierro de nuevo los ojos. Intento acomodarme para volver a dormir, aunque sé que es imposible una vez que mi cerebro se activa. Me muevo en la cama buscando el frescor de las sábanas y mi pierna choca contra otra pierna. Abro los ojos, ahora definitivamente despierta. ¡Uf! Hay amaneceres que no deberían llegar.

Salgo de la cama lo más silenciosamente que puedo y me encierro en el baño. Recojo la ropa de la noche anterior del salón, me visto y salgo de casa. Necesito aire y café.

No es como si no recordara nada de lo que pasó anoche. Salimos, bebimos, cenamos, bebimos y terminaste en casa y... seguimos bebiendo. No es una novedad. Pero creo haberme propuesto desde hace un tiempo tratar de no escabullirme como un ladrón de mi propia casa por la mañana. La conversación siempre es más complicada después.

 

Dos horas después volví a casa. Confieso que con la esperanza de que te hubieras ido. No entiendo ni cómo pude pensar que se cumplirían mis deseos más nimios, tal y cómo iba la semana era seguro que estarías dormido como un tronco en mi cama o, peor aún, tomándote un café como si estuviera en tu casa. Fue lo segundo.

 

- Ya pensé no volverías - directo como siempre...

- Es mi casa. En algún momento tenía que volver.

 

Lo dije mirándote a los ojos. Bajar la mirada a tu pecho desnudo era demasiada distracción para una persona con los sentidos aún aturdidos por la falta de sueño y el exceso de cerveza. En realidad, una tentación para cualquiera y en cualquier situación.

Solté el bolso sobre la mesa del salón y me puse un café, el tercero de mañana. La cocina olía de maravilla a café recién hecho… a ti.

 

- ¿Qué vas a hacer hoy?

- Nada en concreto -contesté- Tirarme en el sofá, leer, ordenar el trabajo para mañana... ver alguna serie. Es domingo.

- ¿Nos hacemos una ruta por la sierra? ¿Comemos juntos? -Rodar kilómetros abrazada a ese torso era una tentación difícil de resistir. Después vendrían los malos entendidos, la madre súper protectora, mi casa como si fuera un hotel, las peleas por el espacio sentimental o físico, la vergüenza de que nos vean juntos. No era la primera vez ni sería la última, pero hoy me estaba costando trabajo darle un sí. Me quedé mirando al vacío esperando que la respuesta adecuada subiera a mis labios como por arte de magia. ¡Qué difícil es mediar entre las ganas y el cerebro un domingo por la mañana!

- No sé si merece la pena

- Siempre... contigo siempre merece la pena.

 

Y así empezó un domingo cualquiera de una semana cualquiera de las muchas en las que ganaron las ganas.