jueves, 20 de diciembre de 2012

Ajo y agua

Erase una vez una ciudad poblada de crédulos. Tan famosa era la ingenuidad de sus habitantes que unos señores sin alma decidieron hacer su agosto. Desplegaron un catálogo de buenas maneras y mejores intenciones y, como no podía ser de otro modo, consiguieron que les entregaran las llaves de la ciudad. Ya con las llaves en el bolsillo, se deshicieron de la careta y empezaron a actuar con naturalidad, con la naturalidad de los desalmados. Y los habitantes de Credulandia no podían salir de su asombro. Los más optimistas se aferraban al estilo, al espectáculo, a las buenas intenciones explicadas antes del desembarco. Los más críticos, gritaban "os lo dije, os lo dije". Y la gran mayoría asistía con la boca abierta al engaño, a sabiendas de que nada se podía hacer para volver atrás y conscientes de lo mucho que estaba en juego.
Llegó la Navidad a Credulandia, momento de balances en todas las culturas, y con la amenaza del fin del mundo pendiendo sobre sus cabezas, los habitantes risueños de esta ciudad perdieron la sonrisa. En el balance económico, se destapó el desfalco. En el balance social, la desilusión había calado tanto que las calles estaban vacías. En el deportivo, cruzaban el desierto. Y la señora ciega miraba de reojo a más de uno.
"¿Y ahora qué?", se preguntaron en el pleno municipal. "¿Cómo recuperamos lo nuestro, aunque sea nuestro orgullo?", susurraban por los rincones.
Ajo y agua, respondió el viento.

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