Ese verano fui más que nunca a la playa, me subí a una tabla de surf -sin ningún glamur deportivo- y recuperé el hábito de compartir litros de cerveza con los amigos... los tuyos. Los míos te daban miedo.
Un día viniste a ver un partido de fútbol en la tele y te quedaste hasta que tu madre quiso llenar mi nevera de tuppers. Te cambié por un fin de año en Lisboa. Dejé de despertarme con la cara de Dani Martín frente a mis ojos cada mañana y los desayunos en la cama. Gané un sofá.
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